404

Empieza a ser extraño ese insano juego de morder inconsciente pero incesantemente la soledad. Ya no me gusta hablar con la gente, ya no me gusta la gente. El frío se ha apoderado del mundo y ni siquiera las respiraciones tiemblan ya. La quietud que nos vuelve moribundos y ausentes se ha agarrado fuerte a mi corazón y siento que me vuelvo más caduca y distante por momentos. Me gustaría tener miedo, pero no puedo. Sólo me aterro en un segundo plano, fuera de campo, lejos, mientras espero pacientemente a que todo salga mal.

Blablabla

Era intenso, pero extraño. 
Estaba podrido. 
Podrido hasta la médula. 
Y ni el más puro silencio, ni la más infame soledad, podrían curarlo jamás.
Y llegaba la madrugada y, consciente de su propia ausencia,
se preguntaba si merecía la pena seguir luchando
o intentar seguir viviendo.

Oldblack

Surgió de repente la desolación en mi cabeza. Me di cuenta de que la realidad del dolor había desaparecido hacía demasiado tiempo. Me di cuenta de que sufrir se había vuelto insulso. De que el horror no simbolizaba nada. De que no padecía, ni sentía, ni sangraba. Incluso había dejado de arañarte. Supe que en el fondo lo que seguía infecto era mi cuerpo. Fútil, yermo, inerte. Arrasado por el veneno de siempre. Todo desaparecería y el fin del mundo para mí seguiría siendo el mismo. Pensaba que lo único que podía hacer tras caer continuamente era arrastrarme. Y supongo que al final tanto las palabras como las personas no son ni significan nada. Que las conclusiones no son más que impertinencias. Que los sentidos desaparecen y los horizontes se vuelven vapor o abismos. Que la piel se aja, la carne se ablanda, los huesos se roen y el alma se desdobla. Las ideas se pierden. Y la genialidad y las maravillas también se desvanecen. Uno se queda irremediablemente hueco y mientras no deja de llover. El otoño llega y destapa sin pudor viejas heridas. Tiñe los días, las horas, el agotamiento. Y quizá después de más de 65 palabras puede que el amor deje de tener importancia. Puede que el cerebro se pudra y que las presencias aniquilen más que las ausencias. Que disminuya la fuerza en la misma proporción que la distancia. Que el humo huya lento, suave, desde mi boca hasta las corrientes circulares que se expanden al otro lado de la ventana. Cuando perderse se transforma en parte de la rutina, como aglutinarse y odiarse.



 Loma Prieta, Exit here

Reverbreación

Confieso que echar la vista atrás en demasiadas ocasiones resulta tentador. Despertar viejos temores, odios adormecidos para incidir y hurgar en lo que ya no debería estar ahí pero que jamás he sido capaz de quitar. La gente exhala y el humo se funde con las nubes. La noche se cierra y el día se cierne sobre la tierra, gris. Supongo que esa es la ironía de la existencia, el bucle del germen, la perfección del círculo, lo circular de la vida, la inmensidad del Universo.
Hay metáforas excesivamentes literales. Hay días vacíos de horas inertes que no significan absolutamente nada. Y tú no estuviste, y yo no estaré, y todo volverá a ser lo mismo.

 

múm, Finally we are no one

Mitad

Había unos huecos enormes que se extendían como escurre el agua entre tus manos. El cielo era gris y las palabras inertes. La sensación de perderse, de no encontrarse, había desaparecido. Lo extraño se volvía normal con el paso del tiempo, se convertía en rutina, en indecente normalidad. Estandarizados. Desde la inapetencia más estable, sin exaltación ni tristeza alguna. Había unos huecos inimaginables que dejaban entrar demasiado aire. Y la luz quemaba tanto papeles como retinas. En la obscenidad de las lenguas equivocadas, en la vulgaridad del silencio no prometido. En tu ausencia como excusa para mi demencia.
 


Explosions in the Sky, First breath after coma

Últimas habitaciones

Eran otros tiempos. 
Y se asomaba a la ventana el sol de invierno,
atravesándonos,
despertando el tiritar de las sonrisas y
haciendo temblar 
el humo negro.


Eels, Agony

Phoenix in flames

A veces creía que me estaba equivocando. "Creía" como sinónimo del tiempo indicativo presente del yo, el "creo", con el peso lapidario de cualquier yunke o piano cayendo sobre cualquier cráneo de cualquier humano. A veces perder el sentido era la única salvación para la conservación del mismo. En ocasiones nuevos vecinos aparecen, con sus aspiradoras a media noche y arena en las escaleras durante todo el día mientras el mundo gira y sigue. E intento huir entre las sábanas para perderme y no dejar de dar vueltas para así nunca dejar de no estar en ningún lado y estar en todas partes al mismo tiempo y en ningún momento. Intentar seguir el ritmo de la Tierra, girando sin sentido y sin parar. Romper las poesías y reírme cuando esconcho la pared con los nudillos y sangro o la araño con las uñas y me las arranco o muerdo la almohada por la imposibilidad de hacerme a bocados con sus pedazos de yeso, masticarlos, tragarlos y morirme. Poco romántico, en realidad. Mi almohada ni siquiera tiene plumas y tú dejarás de estar y yo dejaré de respirar y todo volverá a ser lo de antes. Lo mismo, lo mismo de siempre. "Siempre" como un sí prolongado y constante. Quizá intermitente, pero de algún modo inacabable. Imperecedero. Perenne. Algo que nosotros nunca seremos. Algo que los amaneceres tempranos de luz dorada y tenue entre persianas con algún que otro café, por el contrario, sí son. Y serán, por desgracia para tu colchón y todo nuestro amor desbocado. Tal vez sólo sea que en las noches de tormenta todo suena mejor. Tú me susurras y te enredas en mi pelo mientras yo me envuelvo en el edredón. Y si se llora, nada moja más que la distancia. Pero la mala suerte me sonríe con todos sus dientes relucientes. Deslumbrándome. Incendiándome. Nunca imaginé un verano tan largo.



Mugre

El universo se tambalea. La atmósfera se deshace, la venta de móviles desciende, la tele habla, la radio habla, los periódicos hablan, la gente no se calla, el calor aumenta, las horas puntas vuelven al metro y los niños llorando se reproducen como jodidas cucarachas a intempestivas horas de la mañana, del mediodía y de toda la franja horaria que sigue ocupando la tarde mientras dura el verano. Cada paso que doy es en falso. Peldaño roto y escalera abajo. Y ya no hay más que humo y sangre, lo espeso del vaho y el agua. Lo podrido de las entrañas, de los cerebros, de los ticks nerviosos, del insomnio, de las palabras muertas y el puto tiempo perdido. No hay más que mosquitos que persisten y aire contaminado para respirar. Porque a la sombra de la luz siguen quedando las mismas cicatrices, los mismos silencios y la misma desesperación que siempre. Saltar por la ventana no es una salida, es una solución. Solución a los no-problemas. Cuando no hay conciencia. Ni pensamientos coherentes, ni emociones saludables, ni saliva espesa, ni tormentas, ni musas iluminadoras, ni carencias básicas, ni excesos vitales, ni grandes obras al óleo sobre lienzo. Ni nada. No hay absolutamente nada.

Marchas forzadas

Recordar se había convertido en parte de la rutina. El humo invadía la habitación como la decadencia invadía mi organismo y la muerte se hacía con mi cabeza. A veces tenía esa vieja sensación de que se había perdido todo el sentido de todo. A veces pensaba que nada significaba nada. Que las palabras no importaban y que, por mucho que corriera sin mirar atrás, hasta quedarme sin aliento, no podría olvidar. Te había contado eternas historias sobre sentarse en la orilla del mar y fumar sin parar. Historias de silencios infinitos y sangre. De heridas abiertas y canciones interminables. Historias de sentarse en la arena y sentir el viento romperse al tocar tu cuerpo mientras el horizonte se deshace y cae, pedazo a pedazo. Como la calma frente a la tempestad, y su aire viciado entre paredes y gritos. Perdíamos la batalla. La piel se agrietaba, las venas se quebraban, los órganos mordidos explotaban. Imaginaba salir flotando de aquel quinto piso falso y muerto, equipaje en la cabeza, sin nada que buscar, ni nada que perder.


Nacho Vegas, Seronda

Áspero

No había vuelta atrás.
El sentido de las agujas del reloj era firme e inquebrantable. El tiempo transcurría insípido, lento, y el recuerdo de tus cenizas polinizaba con decisión mis pesadillas.
Noche tras noche.
La ansiedad se quebraba con la sangre y tú ya no volverías. Y yo ya no dejaría de echarte de menos.


Sun O))), Death Becomes You

Nostalghia.

Ya no volverán los ojos verdes.


Agujeros

Habían vuelto las pesadillas. El azul se mantenía inquietantemente firme frente a la pérdida de objetividad y matices. El azul crecía y se hacía poderoso mientras la estabilidad se alejaba hasta perderse en el horizonte, a la deriva. Y yo ya lo sabía. Y así, entre derretida y agonizante, esperaba con ansia la llegada del otoño. El regreso de las bufandas, de las chaquetas holgadas y las medias estampadas. Echaba de menos fumar estando en los huesos y congelarme en el humo. Ver llover a través de la ventana y salir a la calle sin paraguas para mojarme estúpidamente y constiparme. No pensar, ni querer arrancarme la piel, ni soñar con abrirme en canal o apuñalarme hasta incluso dejar de llorar. Eso echaba de menos. Dejar de perderme. Andar descalza por la arena cuando el viento sopla frío y nadie se quita el abrigo.



Púm

Le sangran las piernas.

Hey you

Si desde el principio hubiese sabido que encontraría la felicidad en la certeza de la muerte, te habría buscado y llegado a ti hace mucho tiempo. Sin rima, sólo envueltos por el humo y la viva decadencia del caos en los cerebros. Sonriente y sangrante, yo, y abierta en canal como nunca antes, mientras sonriente y ensangrentado, tú, caminas a tientas aferrándote a la más insondable oscuridad sin miedo a las consecuencias.
Te quiero.


Vermillion

Todo eran señales y números. Todo se plagaba de humo y lenguas foráneas cuando de enfrentarse a la existencia se trataba. Pero yo seguía sin poder dormir. Encendía los altavoces y ponía la música baja, suave, triste. Como la caricia del aire frío en estas noches extrañamente gélidas en vísperas del verano. Y mientras, me encendía otro cigarro e intentaba digerir mi propio veneno. Tenía la sensación de que el mundo fuera a acabarse en cualquier momento. Que en un instante todo habría desaparecido para siempre. Que no estarías tú, ni yo, ni nadie. Que todo empezaría a significar nada y que la aniquiladora desesperación fruto de la locura desaparecería para siempre. Que mi cerebro retorcido dejaría de arañarme el cuerpo, que cerraría por fin los ojos y sentiría la calma. Que me hundiría en el silencio. Para descansar, sin pensar. Para después poder maullarte, ronronearte y quererte, estando en paz conmigo misma y el universo.


Cat Power, Ice water

Vidrio

Hacer del horror pura lírica tiene mucho mérito pero poco sentido. No solventa la impotencia ni me arranca el corazón a punto de explotar. Sólo agrava las distancias y aumenta la sensación de no poder más. Es como creer, ingenuamente, en sobrevivir sin agua en mitad de un desierto árido y atrozmente eterno a lo largo del horizonte, donde la calma invierte el proceso y de mariposa vuelve al gusano infame de la más honda y viscosa desesperación. Es como hurgarse las entrañas continuamente sin más intención que revolverlas e infectarlas hasta que la putrefacción se haga literal a raíz de la metáfora y mi cuerpo muera de algo más visceral, lógico y tangible que la locura insondable que asola mi cerebro. Tomo café para no dormir y enfrentarme a las putas pesadillas de todos los días. Tomo café para omitir lo que pienso. Tomo café para no llorar. Tomo café para fumar y esperar a que se acabe el mundo mientras tú no estás. Estábamos siendo felices y pensábamos en lo que estaba a punto de llegar... Ilusos. Ahora se me rompen las ideas y me sangra el mero respirar. Endorfinas y temblor de manos.


Burzum, Dunkelheit

Blindblindblind.

Volvía la luz dorada. Volvía la luz dorada en mañanas en las que ni siquiera pensaba en volver a despertar. Me habría gustado encontrarme con un mundo gris y desolado que ocultara toda mi desidia y me arrancara la piel mientras el silencio me arañaba las ideas. Me habría gustado astillarme los huesos. Saltar desde una ventana muy alta y convertirme en ceniza para que el viento disgregara para siempre mi cuerpo. Pero en vez de arrojar mi existencia al vacío, empecé a fumar. Y pensaba. Tanto las palabras como la ausencia de ellas me sabían a veneno. Y entonces volvía. Volvía la luz dorada y también los monstruos, devorando ávidamente lo que lentamente había estado construyendo.


A Silver Mt. Zion, Black waters blowed/ Engine broke blues

Blank

Anclarse o echar a correr. Esa era o podía ser una de las infinitas e indeterminables cuestiones que asolaban todas las existencias. Podría ser un punto de partida, pero no sé cómo empezar, la verdad. Las transcripciones desde el cerebro a las teclas al final siempre sufren alguna transformación y ya no sabría cómo considerar la esencia inicial de las palabras. Desde hace tiempo carecen de sentimiento. Y de sentido. Las palabras, digo. Aunque en realidad desde hace tiempo todo empieza a impregnarse de ese halo de aspereza y vacío insondable que terminará por devorarme. Desde hace tiempo todo gira incansablemente, como las imágenes de norias en los anuncios que se iluminan y se apagan, se iluminan y se apagan, simulando el transcurso de los días. Desde hace tiempo tengo la sensación de disiparme. Según la distancia visual entre mis extremidades y mis ojos, contemplo en mayor o menor grado mi evaporación. Parece que la parsimonia ha acabado con toma emoción. Escribo como si estuviera muerta. Escribo a oscuras. Escribo y la música se deshace tanto como mis propias ideas. Pero no he dejado de fumar. Vomitar, llorar, tirarse del pelo, dar vueltas en la cama apretando la cara contra la almohada intentando asfixiarse, arañarse y abrirse en canal. Endorfinas, noches agitadas, respiración pesada, pensamientos podridos, pesadillas, sudor al despertar, "mierda, ya es por la mañana otra vez", y vuelta a empezar. Desaparecer entre la gente. Sólo pido volverme invisible y que todo lo que diga, haga o piense pierda la coherencia. Que si me arrojo a un río podrido desde un puente a la insuficiente altura como para matarme, únicamente para impregnarme de fango viscoso y hedor insuperable, nadie interprete nada diferente a que lo que pretendo es simplemente materializar lo que llevo dentro. Despojarme de las máscaras y extirparme las entrañas rotas que de tanto pensar y roerlas ya no pueden más que sangrar y volverme loca.


Metallic Falcons, Misty song

Descompensación

Hueca

El estatismo inerte y sobrecogedor de la noche acompañaba al desesperanzador y desesperante desvelo del insomnio. La oscuridad se plagaba de humo y de electricidad. Lo insípido de la vida removía la monotonía sin sangre. Pasaban los días. Pasaban aglutinando minuto a minuto la decadencia propia de la más insondable inconsciencia. Era flotar en una nebulosa imperturbable que tarde o temprano acabaría por romperse. Pensaba en la caída, en la piel roída y los recuerdos clavándose como astillas en cada poro de mi cuerpo, pero ya no me austaba. Ya no sentía miedo. Había perdido toda capacidad para emocionarme o sorprenderme y ya nada me decía nada, y todo al mismo tiempo. Era sumergirse en la espuma de la soledad y atragantarse con cada sorbo de aire mientras se esparcía la ceniza. La excesiva canalización del pensamiento y la ínfima depuración del mismo. Era la paradoja de vivir muriendo sin encontrar motivos por los cuáles seguir haciéndolo o simplemente dejar de hacerlo. Vacía.


Bob Dylan, Blowin' in the wind

13A

Había estado buscando algo que me doliera más que tu ausencia. Y encontré el verde. Pero estaba hueco. No me decía nada, tanto literal como metafóricamente. Sería cierto aquello de que no te llegaba ni a la suela de los zapatos. Ni siquiera te llegaba al límite de la sombra en las tardes de verano, que es cuando más alargadas y deformes son. Como nosotros, desencajados y deformes. Deshechos. Lo que fuimos, somos y seremos. Perecederos y eternos. Apoteósicos y doloros. Envenenados de muerte y venenosos de vida. A veces pienso en la cantidad de palabras que empiezan por D y arañan. Como tú. Y nuestro silencio, y la puta distancia. Pienso en los espasmos de mi cerebro, en el agua, en la idealización del arte, en los recuerdos, en los mientras, los quizá y los ojalá, en la falta de color, en las conversaciones que hurgan las heridas y en las mentiras de la supervivencia. Pienso en el día a día y en las sábanas revueltas, en las camas sin hacer, en la ropa sin planchar, en los agujeros de la piel y en la primavera tardía y fría. En las noches vacías. En mi cáscara rota. En mis huesos rotos. En mi cerebro retorcido. Y en los cigarros de madrugada apaciguando todo mal. Y 34.
Si no fuera por la música, tal vez no habría mañana.


65daysofstatic, Radio protector

Vaivén

No iba a mentirle. Acercarse a ella es como adentrarse en un mar embravecido y dejar que una enorme ola de arena y sal te arrastre dentro, engulléndote con la tempestad. Es como intentar sobrevivir a mar abierto en una pequeña embarcación carcomida por el sol y el tiempo. Es como morirse de sed estando rodeado de agua. Es como quemarse vivo estando rodeado de agua. Es paradójico y absurdo. Quizá tentador, pero a fin de cuentas arrollador y destructivo. Infinitamente doloroso. Venenoso e irreparable. Como el espejismo de un oasis al derretirse entre dunas los cuerpos bajo el sol...


Bonobo, Black sands

Ya no.

A veces, simplemente es tarde.

Como dos gotas de agua de distinta nube

El verde resurgía lento entre humo y cenizas y el mundo brillaba entonces diferente. Ya no soñaba y simplemente dejaba la nada fluir en el todo hasta carcomerlo para convertirse en la paradoja más absurda y bucólica de todo el universo. Hablamos de monstruos y degeneración. De machetazos y sangre perdida. De estabilizar balanzas. De carne abierta y piel muerta. De ti y de mí, a fin de cuentas...


Movimiento

Dale cuerda.
Si no deja de girar, no podrá llegar a caerse nunca.
Inercia, ya sabes...


Insostenible

Se enquista, es eso. Se acumula, se aglutina y luego no hay manera de sacarlo de ahí. Ya no sé si es de noche o de día, si fumo o si es que el humo se ha quedado para siempre a residir en la habitación. Y hablo del silencio, entonces. De lo que se me pudre dentro y me quita el hambre. Así, en un momento. De lo que si lloro, sangra. De lo que si callo, quema. Del poco dinamismo y armonía que le quedan a mis palabras. Por ejemplo. Luego me tumbo boca arriba en la cama en ropa interior y tirito mientras mi carne abierta escurre líquida hasta las sábanas. Roto, es como si todo estuviera roto. Y yo... Siempre lo he dicho. Ojalá algún día mis heridas en la piel duelan más que las de mi cabeza.

Precipicio

En fumar y abrirse la piel
para después coserse las heridas,
en eso se basaba ahora su vida.
Llegando al punto muerto
y deshaciendo
todo lo que en algún momento supo
y que
poco a poco
iba desconociendo.
El verde de los ojos tristes
se había ido,
para siempre,
muy probablemente.
Y no quedaban haikus
ni sonetos
que arrugaran más el sentimiento
que la propia desesperación
hecha malditos versos.
Perdiendo.
Basaba su vida en diluirse
y, continuamente, consumirse.

Per-dién-do-se.


Nunca se había deshecho tanto. Antes ella era otra cosa, piensa. El fondo negro y el humo gris contrastaban más que el desasosegante azul y la sangre resbalando escaleras abajo. Se estaba perdiendo, estaba dejando de reconocerse cuando su propia mirada le devolvía el gesto desde el espejo. Nunca el vacío había calado tan al fondo. Todo resultaba tentador y extraño. Abrirse agujeros con desesperación y curarse las heridas sabiendo que no desaparecerían. Era raro. Era sentir abismos cada vez que respiraba, eso era. Y se enfundaba en sus gafas de sol, sin lágrimas verdaderas mas sí desesperadas. Se fundía en sus cigarros y el veneno de las madrugadas se clavaba de pisada en pisada. Las calles desiertas de una ciudad maldita que no la reconocía sólo gritaban. Y la adicción al café se incrementaba. Las horas sin dormir no menguaban. Las ojeras se acentuaban. Los huesos se marcaban. Más y más, todo se reducía a eso. Al más querer hacer y menos saber nada. Pero nada de nada. Había leído mil historias y escrito otro millón de ellas, pero los demás seguían sin entender lo que sus palabras encerraban. A su alrededor todos esbozaban trazas idealistas de los sentimientos mientras ella sólo reía. Reía por no llorar, decía. Imaginaba de nuevo el mar y tal vez fuera la única salvación a todo mal. Le habría gustado que aquellos tristes ojos verdes comprendieran verdaderamente algo. Había una canción... Y tomó la irresolución de abandonar todo intento infructuoso de construcción. Las semillas no germinaban y no había qué recoger. Todo se pudría y ella sólo podía deshacerse. Perderse, mientras se rompía lentamente. Se sentaba, muchas madrugadas, frente a la ventana, mirando al viento correr y las horas desparecer mientras las hojas de los árboles hablaban. Fumaba y fumaba hasta quedarse sin aire en los pulmones. Fumaba hasta volverse del gris de las nubes de otoño que se fueron y que, cuando vuelvan, ya nada será igual. Tal vez puede que nada sea, directamente y sin más. Nunca lo sabrá. Le habría gustado que abrirse en canal hubiera servido de algo. Se equivocaba, no había hecho más que equivocarse y ajarse. Agotarse. Para caer finalmente entre exhausta y extasiada a sus propios pies, sin nada que deberle a nadie, sin nada de nada.
Ojalá hubiese nacido pájaro.
Perderse. Para siempre. Ojalá.

OFF

No había nada que perder. Nada que ganar. Nada que hacer. Los días se diluían rápido y descendían al abismo. Saltaban a él. Se filtraban por la tierra y se dejaban caer. Los paseos de madrugada no dejaban de crecer. La primavera amenazaba con desaparecer y aún hacía frío poco antes del amanecer. A veces pensaba. A veces pensaba demasiado. Creía ver, creía entender. Pero probablemente se estuviera equivocando. Anclaba su vida al laberinto ajeno a su cerebro, pero nada funcionaba después. Quizá fuese aquello lo que merecía. Apagarse. Apagada. Consumirse lentamente disfrutando y destruyéndose al mismo tiempo con el veneno de su propio cuerpo. Sí, tal vez.


Ólafur Arnalds, Kjurrt

Banquete funerario

Te habría pedido que me mataras, pero tú no habrías entendido nada. Ahora tengo que esperar a que el tiempo, la desidia o la locura me lleve a cualquier otro lugar. Ya no me importa si me arrastran viva o muerta, ya me da igual. Tus dientes se deshacen y en mi piel se pierden los recuerdos. Absurdos, por supuesto. Como mi idealización del momento y todo lo demás. "Si tú supieras" es una de las frases que con más frecuencia asaltan mi pensamiento últimamente. Dejo la música sonar y en ocasiones es como si NADA pudiera volver a su lugar. El humo sonrió al verte. Me gustaría... Es mentira. Todo es mentira. Incluso tú y yo somos sólo una jodida mentira. Una parodia de la realidad. Vacío. Eso somos. Tú y yo. Demencia. ¿Qué? No.


Machetazo, Banquete funerario

Degeneración

Pensó, y se le rompieron los huesos.
Estalló el espejo, y se retorcieron sus sesos.
Se perdió el verde y el gris asoló todos los cimientos.
Sangró y sangró hasta que el humo taponó todas las heridas y dejó de sentir lágrimas rodando por sus mejillas.
Ya sólo reía.
Así, hueca. Así, vacía. 
El abismo a sus pies rugía. 
Mecía, con el cálido aliento desesperado, cada recuerdo. 
Cada momento.
Hasta pudrirse y perderse
muy adentro.


Punto muerto

Ya no sufro, ni padezco. El blanco ha cauterizado todo mal y tus marcas desaparecerán. Yo también. Me diluiré en las noches sin verte mientras tú sigues esperando encontrarme en algún lugar. Volverás, pero la paciencia habrá de agotarse primero. El ansia germinará y habrá terminado tu juego, quizá lo sepas ya. La necesidad florecerá y el tiempo deshará todo intento de evitar caer en el abismo. Hay enfermedades que se hacen lentamente con tu cuerpo. Hay parásitos que crecen poco a poco dentro de ti. Y será entonces cuando dejarás de huir, porque no podrás seguir corriendo. Volverás la vista y nutrirás todo aquello que intentas abandonar desde hace tanto tiempo.


Whitechapel, Possession

Deconstrucción

Había decidido dar un ultimátum a la situación. Había palabras que me encantaba decir, palabras que ahora sinceramente no recuerdo. Me había estado refugiando en otro lado, en el papel, en la tinta, en la sangre. La desidia se lo come todo. La erosión de la madera sin barnizar, ¿sabes? Así la siento. La apatía es como una gran ola rebasando una pequeña isla. Es como el campo de minas de mi cerebro. Como una silla vieja y olvidada en algún desván con termitas mordiendo aquí y allá. Y yo sin apenas poder respirar, dando gracias a tampoco poder pensar, ni dormir, ni pesar.
Cuando llegó el momento de preguntarme por qué aquello me importaba tanto, me eché atrás. Ni siquiera intenté descubrirlo, no me interesaba. Tampoco quise descubrir los motivos. Ya todo me da igual. Perderme y perder. Reptando, siempre arrastrándome hasta arrancarme la piel. Lejos de tu verde triste y cerca del gris al atardecer. Prosa versada, ya sabes.
Ahora me gusta que anochezca sin poder verte, oírte o sentirte. Me gusta poder decir que fuimos y ya no somos, ni seremos. Me encanta tu sonrisa de demente. Y escribirte. Infinitamente.

Nonono

Yo sabía que sería el verde. Estaba completamente segura de ello. Vivir en Matrix y que todo fuera verde, como tus ojos y el agua de algún mar. Tenía tanta prisa que no podía, que no quería darme cuenta. El fin del comienzo se acercaba para dar paso a ese algo más. I can't feel my hand any more, pero la tuya sí. It's Allright, duerme tranquilo. Tranquilos. Sin su piel y contigo. Dormir...

Sol y edades

Bucólicos y enternecidos. Estremecidos. Tu piel ardiendo al son de mi cuerpo deshaciendo la carne. Que me lamas los huesos, que me acaricies las entrañas. Con tu verde ausente apaciguando todo el azul de mi alma. Ya sólo imagino tu voz taladrándome el cerebro. Pi. Phi. El secreto está en los números. En tu risa. En olvidar, a marchas forzadas y cuanto antes. ¿Un expresso? No, un capuccino y un Olvídate de mí. Eso sí, exprés. Rápido y paulatino, como los trenes de compartimentos y miradas perdidas en la ventana, viéndolo todo pasar y evitando cavilar sobre nada mientras las ideas se arrojan al abismo de lo trascendental. Hacia un lago cercado entre montañas. Allí. Sin ausencias, ni dolores. Sólo allí, solos. En carne viva, despellejados y aún por despellejar. El aleteo de los pájaros, la lana del no pensar. Metáforas y todo eso. Si tú supieras...


Yann Tiersen, L'absente

Absentimental

La nicotina ha ocultado tu vacío. La nicotina, y los ojos verdes. Pero el abismo sigue ahí, inmutable, como tú, innegable, como mi locura. Y te pierdo poco a poco entre reflejos sin que ya me duela nada. Porque no me duele nada. Ni te echo de menos. Ni te quiero. Ni te pienso. Pero el hueco de tu ausencia crece y crece, y tú no volverás. Y yo no volveré a desear que estés, ni que vuelvas. Me limito a reptar. A cambiar los tiempos verbales y a dejar de buscar donde no queda nada que encontrar. Me limito a aceptar que si lo miro, dolerá. Siempre.



Nacho Vegas, La gran broma final

Roulette

Vas desapareciendo y siento el agujero de mi estómago perdiendo la sed. Pero lo escondo entre humo y más humo y ansia de besos como sedante al pensamiento. No sangro, ni lloro, ni duermo. Ahora sólo floto en mi nebulosa constante, esperando a que se rompa para volver caer, y escurro como agua en el cristal, siempre así, hacia abajo. Hasta llegar a tu piel y desaparecer. ¿Volver a verte? No sé. Empiezo a volverme gris y me gusta tu verde. La música me deshace y me gusta creer que...
Me diluyo y nada acaba, y nada vuelve a empezar. De madrugada polvareda y frío, nada más.


Exenta

Si rasgas papel, si rasgas papel
de madrugada, prende.
Suena a cascadas y desvelos
si rasgas papel sin sueños.
Si fumas, por la noche
el frío se (te) cuela
hasta las venas,
las lágrimas se esparcen
y la sangre se drena.


Mientras

Noviembre se lo comió todo. 
Pero mis ojeras todavía sonríen al verte.
Ahora todo converge y nada emerge. 
Todo se hunde lento y raro. 
Todo se pudre deprisa e inevitablemente.


Animals

Mi casa está desierta cuando suena el despertador y no me levanto. Mi casa está desierta cuando vuelvo agotada y más muerta que viva de clase. Mi casa está desierta cuando lloro por las tardes. Mi casa está desierta cuando me escondo en mi habitación y fumo como si no me importara nada ni nadie. Mi casa está desierta cuando pongo la música muy alta, intentando que se superponga a mi cerebro, a lo que pienso, a lo que siento. Mi casa está desierta cuando me obligo a no existir.  No debería suceder nada de eso. Pero mi casa está vacía. Suena la alarma del reloj y me levanto tarde porque me acuesto tarde, y en realidad no duermo. Me levanto con los ojos tan abiertos como cuando me acosté. Después regreso y todo está tal y como lo dejé. Y me obligo cada día a no escuchar música triste. Pero cedo. Al final pongo todas las canciones que me hacían, hacen y harán llorar en una lista interminable que sólo trae a mí a veces la sangre y siempre los recuerdos. Cierro la puerta y enciendo un cigarro. Después otro, y otro, y otro. Y así el humo se cuela y se pierde por cada hueco de mi cuerpo hasta llegar al corazón. Y al final desisto de todo esfuerzo vital y sólo creo querer morirme en cada momento, porque pensar ya no pienso ni siquiera en eso. Y dejo de saber. Y de entender. Bucle. Erizos que no pueden quererse, y búhos muertos de madrugada, y serpientes que se muerden la cola. So blue, so broken. Una y otra vez.



Slipknot, Scissors

Another Leather Lung

Me guardo los te quiero para luego, o para nunca. Si te soy sincera los tiré todos por el balcón. Ese balcón verde y pequeño en el que salgo a fumar aunque haga frío cuando la locura viene a visitarme. Desde el que veo la calle y pienso en lo poco elegante que sería dejarme caer. Después te miro a los ojos siempre pidiéndote perdón. Necesito sólo eso, un beso. Que te tragues sin masticar mis mil y un lo sientos y que me beses sin pensar. Que me dejes divagar en mi nebulosa de todo y nada mientras me envuelves con tu cuerpo, tan real como febril e imaginario. Así. Que te arranques el dolor de la piel y lo abandones en los rincones de la habitación (anteriormente) azul para que tus heridas abiertas se sequen y dejen de escocer. Porque, aunque a veces parezca que no, yo sé que a ti también te duele el alma. Por eso apago la luz y bajo las persianas. Desconectando. Sin su piel. Descolgándome de su voz hasta el amanecer al otro lado del teléfono. No pensar, no pensar, no pensar. Sólo eso.


Whitechapel, Absent you

Hipotermia

Te confieso que casi todas mis noches se tiñen de sangre. En mi cama no hace calor y el frío reside en cada rincón de la habitación. No consigo que se vaya. Es como el olor a humedad en una sudadera que ya no tengo. Es como una fragancia inexistente pero presente, ¿sabes? No se va, todo está gélido, congelado. Mi cuerpo es un témpano de hielo. Pero puedes arañarme y marcarme para siempre, hacerme surcos en la piel al acariciarme. Puedes intentar licuarme con el calor que prometes. Puedes intentar hacerme olvidar, sacarme los recuerdos a besos o a golpes, ya me da igual. Puedes lamer mis cicatrices o acentuarlas. Como a las palabras. No me importa. En fin de semana el mundo brilla de manera especial y consigues empañar mis gafas cuando te acercas de madrugada. Me encantaría enseñarte lo que veo, lo que siento, aunque no entendieras nada. Un domingo, cuando nunca puedes estar. Echo de menos el mar, la verdad. Me gustaría leer una carta suya sentada en unas rocas austeras y erosionadas por la sal mientras el agua ruge y la brisa suave me envuelve. Lo idílico se aferra a mí por puro despecho y yo no lo dejo ir por puro masoquismo. No, no se vive bien así, pero también es una manera de existir.



Muse, Micro cuts
Las sábanas están frías. Las continuas heladas son la única metáfora que tengo para explicarme. Me araño y la piel se escharcha, se me ajan las entrañas, se me pudre el cuerpo. El viento ni siquiera sopla y la madrugada parece estática y eterna. Ojalá. Me acuesto todas las noches repitiéndome que ya no estás, que no volverás, para despertarme empapada de sudor, llanto y locura. Sin encontrarte. Sólo hay sangre y taquicardias. Porque no estás. Porque ya no estás. Por qué ya no estás.
Romperse. Romperte. Romperme. Conjugar. Y enjugar, lágrimas y sangre. Pendiendo del cable invisible y enroscado del teléfono. Enredado. Como tú y yo, y la vida. Y el pensamiento. Húmedo. Mojado. Empapados. Nosotros. Del frío y la soledad. Del silencio. Rebosando azul. Y tristeza. Sólo eso. Perdidos. Sin mirar, sin enfocar. Sin conocernos, o con el te. Tal vez con tilde y rojo, siempre rojo. Y demente. También enrojecidos, nosotros, de venas abiertas y noches sin dormir. Naufragando, en la inmensidad del mar azul y la desesperante tristeza color carmín.


Soap&Skin, Fall foliage

Oda a la sanguinaria matanza

La circulación cortada. Bucle. Te juro que la sangre cuando mana no hace más que abrasarme las entrañas. Quemarme la piel. Calcinarme el cerebro. Nada de jazz. Sólo te digo que me des lo que fue mío. Que me devuelvas mi vida, pedazo de cabrón impasible. Que no prometas un todo a la nada. Que te calles, joder, que el silencio es lo que mejor puedes regalarme ahora. El problema es y ha sido que idealicé tu coraza de mariposa sin percatarme de que el gusano seguía dentro, de que la metamorfosis sólo consiguió esconder la cucaracha. Oh, querido insecto, oh.


Psyopus, Insects

Dos

Eternizar ese instante para siempre, sí,
lo había pensado antes. Ya no.
Ahora sé lo que hay después,
y duele. Pero ya no detenemos el tiempo.
Todo lo que hubiese congelado entonces
conllevaba un final como este.
Azul, y frío. 


Absurdos

Creo que nunca nada antes me había dolido tanto y me había importado, al mismo tiempo, tan poco. Me gusta, porque todavía soy capaz de sorprenderme. Gracias a ti, claro, cuando ni tú ni yo estamos. Ni quedamos. Porque quedar, no queda nada.
Es impresionante, azul y frío. Irónico, impensable. Arrollador.
Es la inmensidad y el vacío en un mismo punto del estatismo.
Es la ilógica retenida en la contención de la respiración.
Es mi cadáver en descomposición en medio de una carretera perdida con los eufemísticos surcos de las ruedas de un enorme camión que no me llevó por delante, sino que me aplastó. Fusionó mi cráneo con el asfalto y eso es lo que no queda.
Lynch pensó en mí, a su manera, sí.


Igorrr, Brutal Swing

Discordia

Nada de todo esto está haciendo que me olvide de su cerebro o su piel, ni de sus manos agujereando mi cuerpo. Escarbo haciendo mayor la herida y le echo tierra intentando que le crezca algo encima, pero en el fondo sé que no lo conseguiré. Quizá tú también lo sepas, y por eso nos duela tanto. Pero mientras no pienso no me importa mirarte a los ojos y decirte que no le echo de menos. Miento. Pero no retiro la mirada. Me gusta el sabor de la decepción cuando no apartas la vista, el aroma de tu piel cuando nos rendimos a la inercia en la cama. Y me alegra que pese a todo puedas quererme y aún sepas perdonarme. Ahora sólo somos tú y yo, y su recuerdo grabado a fuego en cada célula de mi organismo. No te prometo olvidarle. No te prometo enamorarme otra vez. Ni de ti, ni de nadie. Duele más de lo que imaginas, pero es esto o matarme. Todavía soy un poco cobarde.


Rogue Waves, Eyes

Mátame

Nada.
Nada de nada
Nada en la nada
Nada en la nada. De nada.
Desespérate, tírate del pelo, y ahógate.
Deja que tus pulmones se llenen de agua y veneno, y nada.
Sigue flotando, sangra y engúllete.
Déjate mecer, y perder.
Humedece el papel,
arráncate la piel...


Bucle

Tal vez la próxima vez tengamos suerte. Es probable que entonces la bala alcance mi cerebro.
Tú tenías tu frase de siempre y yo la sonrisa del nunca jamás.
Si tan sólo se te ocurriera pensar que me echas de menos,
si osaras volver a decirme que me quieres una vez más
te mataré, sentencié.
Te saqué los huesos y los clavé en tu carne blanda. 
Luego me volaticé, no sin antes mirarte por última vez.
Sin músculos, ni piel.



Exilio

Entumecida de tanto rebasarte y caer.
Desnuda en el blanco.
Perdida, sugestionada y perdida. Extraviada, descarriada, desviada.
Desgastándome los huesos. 
Fundirse entre sombras es lo más sencillo. Todo va bien. Todo está torcido, pero todo va bien.
La sangre se camufla en la negrura y en el blanco queda al descubierto.
El azul se va perdiendo. El agua va cayendo. Como yo, y el ayer. 
Las nubes se fiiltran en el tiempo y sólo queda desaparecer. Y a mí me queda aún dejar de quererte. 
Antes del anochecer.



Desconocidos

Estamos cerca, muy cerca. Tan cerca que puedo ver cada poro de tu piel. Sin romanticismo, puntos negros y barba a medio crecer. Sin apenas rozarte la mano, hoy te he dado un pedazo más de mi ser. No me queda casi nada y me da vértigo pensar. Estamos tan cerca que me cuesta comprender cómo es posible que la lejanía a esta distancia sea posible. No dejo de sangrar. Pero es verdad que los kilómetros nos separan desde hace tiempo. Demasiado, quizá. Es verdad que nos rompimos y caímos. Que no tenía solución y te armaste de valor para decirlo. Ahora sigue sin poder arreglarse pero ya nadie dice nada. Yo, sólo a veces, desesperada, escupo espuma e incoherencias a la nada. Ya sólo pienso en follarte, para ser tú por un instante y no tener que soportarme. Para sacarme de dentro la rabia y olvidarme de la poesía barata. Entenderte en el más profundo e intenso intercambio de realidades. Perderme en ti. Como antes. 
"Somos lo que fue."


Sobre mentes y de peso

- El secreto está en los besos de Eisenstaedt, pero se me clavaban en los huesos.
- ¿En los huesos? ¿Qué huesos? Tú todavía tienes carne suficiente como para alimentar a un ganado de vacas.
- Las vacas son herbívoras.
- Eso es lo que tú te crees.
Fotografía de Helmut Newton



Mierda

No he podido evitarlo. El salir huyendo, digo. Porque todavía me dan vuelcos el corazón y me entran ganas sólo de eso, de salir corriendo. Ya no me quedan lo sientos. Me he quedado azul. Dividida, disgregada. Así, sin más, azul. Como el cielo despejado en las tardes de invierno en las que ya no estás ni sé si me gustaría encontrarte. Tan azul que, en la ironía de mi pensamiento, hoy he entendido de qué va esto. Los colores son muy importantes, pienso. Algo de mí siempre ha sido azul, zigóptero maldito al que bautizó un esquizoide, y sanguinolento. La unidad me hacía cárdena, del color de la marca de los golpes de la existencia y quién sabe de qué más. Purpúrea, eso era yo. Ahora ya no. Sólo soy una marioneta de mi locura vestida de muñeca de trapo que prende a la primera. Inflamable, explosiva. Y rota.



A Silver Mt. Zion, C'mon come on (and loose endless longing)

Violencia del corazón

Atrapada en un mundo lleno de indudables fortunas y estupefacientes, tras un lento anochecer y una madrugada larga, me levanto inspirada por la película que vi ayer. Tergiverso el significado, por supuesto, la interpreto a mi parecer y lo traduzco en un crimen pasional aunque no tenga nada que ver. Si quiero matarte y quiero tenerte sólo para mí, no puedo dejar que tu organismo sea pasto de gusanos al descomponerse en una fría y solitaria habitación. Tampoco puedo arrojar tu cadáver a una piara de cerdos hambrientos para que no quede ni rastro de tu cuerpo. No. Esto ya lo he pensado otras veces, esto ya lo he hecho otras veces. Tengo que comerte. Puedo saltarme mis restricciones calóricas por una vez y comerte. Devorarte. Que tu materia se adhiera a mis células, que tu carne sea mi carne y tu sangre, mi sangre. Tenerte dentro de mí. Para siempre.


Crystal Castles, Love and caring

Qué más

Últimamente mis receptores auditivos rechazan la música que inevitablemente relaciono con lo triste. Amanece, abro los ojos y observo, con apático desaliento, el irremediable desorden de mi habitación. Siempre admiraban mi obsesión por la organización, pero desde hace algunos meses soy incapaz de regenerar el orden. He sumido mi existencia en el caos y aún no he recuperado el mínimo estatismo necesario. Creo que lo he perdido para siempre. De hecho, creo que nunca lo he tenido. Al menos antes confiaba en poder aferrarme al equilibrio del mundo para girar con él, pero ahora me doy cuenta de la imposibilidad del asunto. Si únicamente se tratara de caerse y volver a levantarse, probablemente todo iría bien. El problema es que tropezar y caer de bruces no es lo peor que puede suceder. El bucle nos atrapa y nos rendimos, al menos yo. La depresión cosmopolita, primer mundista y capitalista está acabando con mi espíritu. 
Retrátame fumando antes de que llegue la pólvora a mis manos. Después dame un revólver y podremos olvidarlo todo.



Terciopelo azul

Hubo un momento en el que me creí todo lo que decías. Pensaba que, joder, si tanto lo repetías, por qué no podía ser verdad. Tal vez fuese aquello de que juzgarse desde dentro a uno mismo no da buenos frutos me comía las entrañas, no lo sé, el caso es que por instante dudé y confié en tu palabra. Pero ahora, cuando me miro en el espejo, no me reconozco. En realidad nunca he tenido muy claro quién soy, pero ahora menos. No encuentro en ningún rincón lo que tú viste, imaginaste o inventaste. Es una sensación extraña. Siento que no existo, que no soy. Siento que he desaparecido como esencia para siempre y que sólo permanezco como ente. La verdad, no sé qué hacer. Todavía pienso en matarte, y en suicidarme después. Todavía pienso demasiado, y ese es el problema. Si tuviera el valor de sacarme los ojos, reventarme los tímpanos y anular todas y cada una de mis capacidades sensitivas, puede que todo resultara más sencillo. Pero no soy capaz. La existencia sin padecimiento carece de sentido para mi cerebro enfermo.


Radiohead, All I need

Reiniciando

Dicen que el final de todo siempre es el comienzo de algo. Quizá tengan razón. Dicen que hay muchos peces en el mar, y tal vez sea cierto. También hablan del término medio, pero ahí discrepo.
El sol brilla tanto o más qué ayer y la música fluye cristalina y desgarradora como el deshielo de las cumbres montañosas en verano. Puedo sentir cómo se me arranca la piel con el paso de los días. De algún inexplicable modo resulta reconfortante. Me nutro de la avalancha y del frío asolando mi cuerpo. En el momento menos pensado todo se ha vuelto blanco y no he sabido remediarlo. Probablemente tampoco haya tenido intención de hacerlo. Con tu ausencia mi cerebro se limita a existir en la inconciencia, pero ya no me molesta. El desmoronamiento de la nieve sobre mi cabeza angustia de manera inevitable mi corazón, pero aún puedo sostenerme. Ahora puedo fundirme con la arena nívea mientras sigo a la deriva por el mar. Me derrito al primer contacto con el agua y me dejo llevar.
El horizonte es inmenso. Los árboles alzan sus brazos desnudos al cielo implorando clemencia mientras camino descalza por las calles inundadas de lágrimas y desconsuelo. Las nubes transforman el mundo en un lugar inevitablemente blanco e inmaculado mientras mi humo gris se filtra por sus poros y contamina el Universo.


Yann Tiersen, La valse des vieux