La noche es demasiado inmutable. Ya no existen ni el dolor ni la sangre. Mi cuerpo yermo se arrastra por la corriente.
Me dejo llevar, como decapitada y sin motivo,
sumergida en un vórtice de inconstancia,
sumergida en un vórtice de inconstancia,
burdamente enajenada
en una infinidad de noches
demasiado solitarias
y oscuras.