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Empieza a ser extraño ese insano juego de morder inconsciente pero incesantemente la soledad. Ya no me gusta hablar con la gente, ya no me gusta la gente. El frío se ha apoderado del mundo y ni siquiera las respiraciones tiemblan ya. La quietud que nos vuelve moribundos y ausentes se ha agarrado fuerte a mi corazón y siento que me vuelvo más caduca y distante por momentos. Me gustaría tener miedo, pero no puedo. Sólo me aterro en un segundo plano, fuera de campo, lejos, mientras espero pacientemente a que todo salga mal.