El estatismo inerte y sobrecogedor de la noche acompañaba al desesperanzador y desesperante desvelo del insomnio. La oscuridad se plagaba de humo y de electricidad. Lo insípido de la vida removía la monotonía sin sangre. Pasaban los días. Pasaban aglutinando minuto a minuto la decadencia propia de la más insondable inconsciencia. Era flotar en una nebulosa imperturbable que tarde o temprano acabaría por romperse. Pensaba en la caída, en la piel roída y los recuerdos clavándose como astillas en cada poro de mi cuerpo, pero ya no me austaba. Ya no sentía miedo. Había perdido toda capacidad para emocionarme o sorprenderme y ya nada me decía nada, y todo al mismo tiempo. Era sumergirse en la espuma de la soledad y atragantarse con cada sorbo de aire mientras se esparcía la ceniza. La excesiva canalización del pensamiento y la ínfima depuración del mismo. Era la paradoja de vivir muriendo sin encontrar motivos por los cuáles seguir haciéndolo o simplemente dejar de hacerlo. Vacía.
Bob Dylan, Blowin' in the wind