Agujeros

Habían vuelto las pesadillas. El azul se mantenía inquietantemente firme frente a la pérdida de objetividad y matices. El azul crecía y se hacía poderoso mientras la estabilidad se alejaba hasta perderse en el horizonte, a la deriva. Y yo ya lo sabía. Y así, entre derretida y agonizante, esperaba con ansia la llegada del otoño. El regreso de las bufandas, de las chaquetas holgadas y las medias estampadas. Echaba de menos fumar estando en los huesos y congelarme en el humo. Ver llover a través de la ventana y salir a la calle sin paraguas para mojarme estúpidamente y constiparme. No pensar, ni querer arrancarme la piel, ni soñar con abrirme en canal o apuñalarme hasta incluso dejar de llorar. Eso echaba de menos. Dejar de perderme. Andar descalza por la arena cuando el viento sopla frío y nadie se quita el abrigo.