13A

Había estado buscando algo que me doliera más que tu ausencia. Y encontré el verde. Pero estaba hueco. No me decía nada, tanto literal como metafóricamente. Sería cierto aquello de que no te llegaba ni a la suela de los zapatos. Ni siquiera te llegaba al límite de la sombra en las tardes de verano, que es cuando más alargadas y deformes son. Como nosotros, desencajados y deformes. Deshechos. Lo que fuimos, somos y seremos. Perecederos y eternos. Apoteósicos y doloros. Envenenados de muerte y venenosos de vida. A veces pienso en la cantidad de palabras que empiezan por D y arañan. Como tú. Y nuestro silencio, y la puta distancia. Pienso en los espasmos de mi cerebro, en el agua, en la idealización del arte, en los recuerdos, en los mientras, los quizá y los ojalá, en la falta de color, en las conversaciones que hurgan las heridas y en las mentiras de la supervivencia. Pienso en el día a día y en las sábanas revueltas, en las camas sin hacer, en la ropa sin planchar, en los agujeros de la piel y en la primavera tardía y fría. En las noches vacías. En mi cáscara rota. En mis huesos rotos. En mi cerebro retorcido. Y en los cigarros de madrugada apaciguando todo mal. Y 34.
Si no fuera por la música, tal vez no habría mañana.


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