Pensó, y se le rompieron los huesos.
Estalló el espejo, y se retorcieron sus sesos.
Se perdió el verde y el gris asoló todos los cimientos.
Sangró y sangró hasta que el humo taponó todas las heridas y dejó de sentir lágrimas rodando por sus mejillas.
Ya sólo reía.
Así, hueca. Así, vacía.
El abismo a sus pies rugía.
Mecía, con el cálido aliento desesperado, cada recuerdo.
Cada momento.
Hasta pudrirse y perderse
muy adentro.