Hacer del horror pura lírica tiene mucho mérito pero poco sentido. No solventa la impotencia ni me arranca el corazón a punto de explotar. Sólo agrava las distancias y aumenta la sensación de no poder más. Es como creer, ingenuamente, en sobrevivir sin agua en mitad de un desierto árido y atrozmente eterno a lo largo del horizonte, donde la calma invierte el proceso y de mariposa vuelve al gusano infame de la más honda y viscosa desesperación. Es como hurgarse las entrañas continuamente sin más intención que revolverlas e infectarlas hasta que la putrefacción se haga literal a raíz de la metáfora y mi cuerpo muera de algo más visceral, lógico y tangible que la locura insondable que asola mi cerebro. Tomo café para no dormir y enfrentarme a las putas pesadillas de todos los días. Tomo café para omitir lo que pienso. Tomo café para no llorar. Tomo café para fumar y esperar a que se acabe el mundo mientras tú no estás. Estábamos siendo felices y pensábamos en lo que estaba a punto de llegar... Ilusos. Ahora se me rompen las ideas y me sangra el mero respirar. Endorfinas y temblor de manos.
Burzum, Dunkelheit